No entendía para nada a Savy últimamente. Estaba de un humor de perros, y
se suponía que yo
siempre estaba de ese humor, eso sí era hilarante. Regresé a la cocina esperando a que
se me bajara también el mal humor y dejar que los olores de todo lo que preparaba en
las cacerolas llenaran mi mente y me tranquilizaran como siempre lo hacían. Cocinar
me encantaba, era lo más relajante para mí. Disfrutaba ese pequeño acto más que nada en
el mundo. Sólo esperaba que los trastes se lavaran solos porque era lo único que podía
ponerme de los nervios, a parte de cierta pequeña hermana.
Mientras estaba
poniendo los últimos toques para el pollo, el mensaje de Savy me llegó como una
oleada de hielo. ¡Maldición! ¿En qué lío se había metido ahora? No lo sabía, sólo me
dijo que eran muchos tipos.
No lo pensé y apagué todo en la cocina. Lo último que quería era un
delicioso guiso quemado y
tener que ir a comprar nuevas cacerolas. Destellé a su lado y me di cuenta de que
en verdad eso era una mierda: unos cuantos tipos nos rodeaban. Sabía que podría
con esos humanos, no sin salir con algunos raspones y moretones, pero lo
lograrían. Al principio pensé que eran los rastreadores y un poco de alivio se filtró dentro
de mí al ver que eran simples humanos, unos muy fuertes por lo que pude comprobar
cuando comenzaron a atacar, pero ni siquiera seguían las reglas de un buen combate
cuerpo a cuerpo, ¡se lanzaban en bola! Eso no me preocupaba en lo más mínimo, sólo
tenía que ser cuidadosa, pues no podía matar a ninguno de ellos. No importaba quiénes
eran, pero no podía dejar cuerpos por aquí y por allá sin mas.
Habíamos noqueado a más de la mitad cuando me di cuenta que dos hombres tenían a Savy atrapada. Mis manos estaban llenas también y mi sisar intentó decirme algo que fue
interrumpido por un ruido tras el bote de basura que estaba a un lado del callejón. Cuando
giré, me quedé impactada con lo que vi: el extraño vecino le había partido el cuello
de un simple movimiento a un tipo. ¿Qué demonios hacía ese cerdo arrogante aquí? No podía creer nuestra mala suerte. ¡Hasta en la sopa veía a ese tipo! Solo esperaba que en
mis pesadillas se mantuviera alejado.